Evitar que cualquiera pueda saber todo sobre nosotros se presenta, entonces, como una necesidad. Llamémoslo prevención de riesgos civiles, un camino para poner a salvo nuestra sociedad si llegaran tiempos difíciles.
Estoy leyendo poco a poco el libro La sociedad de control de Jose Alcántara. Fue escrito en 2008 y sin embargo parece demasiado actual, siendo una fuente informativa y de inspiración para algunos temas que tenía en mente tratar desde el principio en este blog. Poco a poco, entrada a entrada, intento esbozar un árbol de ideas alrededor de cómo internet lo cambió todo, de cómo la vida ya no es la que solía ser y merece tratarse con una prudente importancia. Creo que, en realidad, aún no somos conscientes de la magnitud que ha alcanzado esta tecnología, tanto que nos supera a nosotros mismos como bien se dice en el libro. Podría aventurarme a decir que es el equivalente al fuego, la escritura, o la máquina de vapor en sus respectivos momentos históricos. Lo malo es que incide directamente en el mundo de una forma nunca antes vista, generando cambios, problemas e incógnitas que deberán resolverse en un futuro, esperemos que no muy lejano. El catastrofismo o la nostalgia pueden mantenerse al margen: es una cuestión palpable, fácil de ver para aquellos que hemos vivido en primera línea esa transición. Los que estamos a caballo entre las generaciones pre y post smartphone tenemos una responsabilidad que deberíamos alimentar si no nos queremos cargar la libertad. Aquellos que sean afortunados de tener hijos son la pieza clave para transmitir ese conocimiento. ¿Soy un exagerado? No lo creo.
La única diferencia entre una conspiranoia y la realidad actual es que ésta por suerte está lo suficientemente bien documentada para comprobarla. Sólo hay que leer algún texto legal y de privacidad de una gran tecnológica, o pasearse por las últimas noticias de la DGT o «seguridad ciudadana» para alucinar con la pasmosidad con la que asistimos a la muerte de nuestra privacidad, y con ella de nuestra intimidad. Cómo la vigilancia actual sería el sueño húmedo de cualquier movimiento o personalidad con dudosos propósitos que germinaron a mediados del siglo pasado. ¿Por ejemplo, sabías que Apple registra el estatus económico y de salud de sus usuarios? Un sólo cacharro en nuestro bolsillo, que llevamos gustosamente como elección personal, es suficiente para arruinar nuestra vida. Un mal uso, un descuido, un hackeo, una intervención… un leve movimiento en falso y todo sobre nosotros puede ser descubierto gracias al continuo seguimiento al que estamos expuestos. La alternativa es quedar prácticamente aislado, a no ser que nos replanteemos esas cuestiones y empecemos a exigir mejoras en la privacidad, cifrados y sistemas alternativos.
¿Y por qué dije al principio del post que los afortunados padres son una pieza clave de este embrollo? Pues porque hemos normalizado tener a los niños constantemente ante pantallas, en sistemas, plataformas y servicios de los que no son conscientes: en un futuro no se plantearán qué ceden, simplemente no le darán importancia y eso es grave. Se quiere delegar esa tarea a los colegios, malacostumbrados a cosas como los grupos de WhatsApp de clase. El uso de IAs (que también utilizan una ingente cantidad de datos extraídos de muchos ámbitos) se extenderá y con ello la vulnerabilidad a ataques automáticos de todo tipo. El potencial destructivo de algo tan delicado está a sólo una generación por delante, e incidir en esta cuestión para evitar un olvido masivo es urgente. No es que «Skynet se hará con el control», es que de hecho cualquiera podría hacerlo porque está a un tiro de piedra. Tanta gente acojonada por las distopías y resulta que estamos en un caldo de cultivo perfecto para brindar herramientas inimaginables a cualquier cosa de esa índole. Porque estoy convencido de que si todo cambió con este nuevo modo de vida, los sistemas abusivos y dictatoriales también cambiarán. Se adaptarán para hacerlos más creíbles a ojos de todos, porque es goloso cualquier mensaje que promete seguridad cuando no podemos controlar nada.
Hay más manifestaciones y reclamos de derechos por cuestiones de identitarismo personal —síntoma inequívoco, a mi parecer, de la deriva narcisista y superficial que hemos aceptado— que de privacidad y neutralidad de red. Ya no vemos las quejas ciudadanas masivas sobre la persecución de personajes como Julian Assange, o sobre la intervención sin juicio previo de las comunicaciones, hábito extendido desde lo «escandaloso» que era el supuesto libertinaje del P2P. Los datos de nuestros discos han pasado a almacenarse conjuntamente de forma centralizada en esa maravilla técnica llamada La Nube™, o para los viejos amigos también conocido como «el disco duro de otro». ¿Cada cuánto tiempo hacemos ahora alguna copia de seguridad en un disco externo? ¿Cuál es nuestro control real de nuestras fotos, conversaciones o archivos íntimos?
Saber sobre informática básica debería ser como una asignatura de historia en la que somos partícipes, poniendo en contexto cómo se desarrolló todo hasta llegar a la actualidad. Cómo el surgimiento de internet no interfirió en la libertad e intimidad personal, hasta que llegó el momento de la intervención estatal o los servicios donde tuvimos que firmar contratos donde nuestros datos son la moneda de pago. Aprender sobre mantenimiento básico de equipos, consejos de seguridad, acostumbrarse a leer más a menudo los términos y condiciones, y por supuesto poner en valor el software libre como pilar de lo difícilmente manipulable. Debemos seguir exigiendo ser dueños de nosotros mismos. Debemos hacer pequeños cambios en nuestra manera de consumir y enseñar internet, así como favorecer aquellas redes y servicios que beneficien al mercado y a los consumidores, sin alimentar este más que posible juego de suma cero.
Arte de Pamela Colman Smith
[…] usado para otros fines tanto por las autoridades como por gente ajena con acceso a dicho software. Será complicado no parecer un conspiranoico en cuanto sepamos hasta qué punto esas herramientas pueden ser efectivas. Por ejemplo, un […]
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